¿Les ha pasado que hay lugares que les traen recuerdos y les reviven sensaciones, tal y como ocurre con ciertas canciones u olores? Seguramente al ser un viaje una experiencia que activa todos los sentidos de vista, oído, olfato, gusto y tacto, es en su conjunto una fuente de recuerdos -ojalá buenos- que quedan impresos en nuestra mente, desde que tenemos memoria.
¿Qué significa viajar?
Yo nací en Bogotá, donde he vivido prácticamente toda mi vida. Viajar, y hacerlo en familia, significa mucho para mi, más allá de lo obvio (pues supongo que a la mayoría le resulta una experiencia agradable y positiva). Para mí significa buscar paz, respirar y recargarme, acercar a mis hijos a la naturaleza y abrirles la mente con lugares, comidas y gente nueva. Significa también una oportunidad de transitar por rutas y lugares desconocidos, de abrir espacios en que podamos estar muy presentes compartiendo como familia y conversando sobre muchas cosas.
Viajar me resulta una metáfora permanente con la vida, que me ha enseñado a mí y me ha permitido reflexionar para mis hijos sobre sus caminos, sus accidentes, sus bellezas y cambios inesperados. También es una metáfora con la felicidad que no se busca, como quien quiere llegar a un destino, sino que se vive, como quien aprende a disfrutar el camino.
Los recuerdos que heredé de mi papá
¿Y de dónde viene todo esto? Yo tengo mala memoria en general. Sin embargo, muchos de mis recuerdos de chico tienen que ver con viajes. Tuve la enorme fortuna de tener un padre que venía del campo y que permaneció muchos años conectado con el campo a pesar de haber formado su familia ya en la ciudad.
Mi papá tuvo una pequeña finca, cerca de la laguna de Fúquene, a donde durante años, viajábamos cada 2 sábados por una ruta que me aprendí de memoria. De esos trayectos quedaron recuerdos de risa con mis hermanos, de casettes de música que escuchábamos, de historias de personas que nos acompañaban ocasionalmente y conversaban en la ruta, de sustos, de varadas, de paisajes y olores. Fueron muchos años con mi papá al timón llevándonos y trayéndonos.
Luego llegó la juventud, época en la cual el viaje habitual quedó relegado bajo otras prioridades propias de la edad. Primero mis hermanos mayores y luego yo, dejamos de acompañar a papá y de disfrutar tanto el viaje. Durante algunos años nos alejamos y luego mi papá terminó vendiendo la finca. Lo que pareció un “descanso” en esa época para nosotros, hoy es una añoranza significativa.
¿Recordar es vivir?
Hay muchas razones por las cuales recordamos gratamente eventos de nuestra vida. Esos recuerdos y las sensaciones que nos brindan se vuelven más difíciles de recordar y, cuando logramos hacerlo, la sensación que nos trae es más fuerte.
La gran Chavela Vargas sugiere en una de sus canciones, muy cargada de nostalgia, que el amor es simple y que el tiempo lleva al olvido a cosas que solíamos amar. (La canción se llama Las Simples Cosas y la letra la pueden ver aquí.)
Pasaron los años y ahora era yo quien iba al volante cuando quería compartir un tiempo especial con los viejos y los llevaba por la misma ruta que recorríamos de memoria años atrás.
Ya no había casettes sino música de spotify para la cual procurábamos buscar playlists de aquellas canciones que les gustan a los abuelos. Ya no había risas de hermanos, sino de nietos, mis hijos. Ya no había historias de acompañantes ocasionales, sino historias repetidas una y otra vez de los abuelos.
Procurábamos recorrer exactamente las mismas rutas; a pesar de que algunas fueron modernizadas e incluso reemplazadas por otras vías más amplias y cortas, preferíamos hacer el recorrido lo más parecido al original. Transitar por las rutas les traía muchísimos recuerdos y se veía su felicidad: recordar es vivir.
Nuestra ruta de recuerdos
Salíamos por la autopista norte, desviábamos por Briceño al Parque Jaime Duque y por esa vía, cada vez más rota, hasta Zipaquirá, el peaje Casablanca, tierra negra y Ubaté, donde desayunábamos en el tradicional (y ahora extinto) Restaurante La Rueca y comprábamos mogolla resobada de la San Antonio, y también quesos y dulces de miel.
Al salir, la larga recta por la vía hacia Fúquene y Chiquinquirá. Ya no entrábamos por Miñá a la finca sino que seguíamos. Los letreros del Ave María comenzaban a aparecer hasta llegar a Chiquinquirá.
Visitábamos el santuario de Nuestra Señora de Chiquinquirá, a la que mi papá veneraba con mucha fe. Asistíamos a la misa, la bendición a los peregrinos, a los enfermos, los niños, los conductores y los objetos religiosos.
Antes de retomar el viaje, un helado con los nietos en la plaza y ver artesanías, cuero, lana, instrumentos musicales.
Luego del descanso, retomamos vía Sutamarchán a comer fritanga con longaniza y alguna sopa de la región, con buen ají y buen refajo.
En el regreso a Bogotá nos permitíamos cambiar la rutina, a veces regresábamos por la misma ruta o en ocasiones nos íbamos por arcabuco a la central, o pasábamos a tomar cafecito en Ráquira, ver y comprar artesanías.
Transitar esas rutas ha sido siempre como sentirme en casa y me alegra infinitamente haberlo vivido, poderlo recordar y repetir.
¿Viajar para recordar un ser querido ausente?
Es entendible que algunas veces, la partida de un ser querido sea un evento doloroso cuyo duelo no es fácil de llevar. Sin embargo, expertos recomiendan repetir las rutinas que teníamos con ese ser como una de las estrategias para ayudar a procesar el duelo por su partida. Recordando, enfrentamos lo que sentimos y ayudamos a crear una nueva y positiva relación con la persona que ha partido.
Cuando hacíamos este viaje a Chiquinquirá, mi papá siempre decía “qué alegría volver por acá, yo pensé que la vez pasada era la última que Dios me daría licencia…” a lo cual yo contestaba “y no será ésta la última tampoco…”, hasta que un día se le cumplió la frase a papá.
Él, sin tanto misterio ni tantas razones detrás, nos enseñó todo lo bonito que significa viajar en familia y su enseñanza sigue vigente y yo intento transmitir con el mismo amor y naturalidad algo de todo eso a mis hijos. Y lo seguiré haciendo con la abuela (mi mamá) y mi familia mientras Dios permita.
Gratitud
Dando siempre gracias a la vida por la posibilidad de transitar los caminos juntos. No dejemos para mañana el paseo que podemos hacer hoy, pues vida hay una sola.
Otros recursos
Si estás interesado en conocer un poco más sobre aquella mención que hice a recordar las rutinas que teníamos con un ser querido como factor para ayudar a procesar un duelo, te dejo este enlace de la autora Julia Samuel, que habla de los “8 pilares de fortaleza” para el duelo. En el primer pilar está justamente la relación con los otros y la relación con la persona que partió.
Si te gustan los podcasts, te dejo dos capítulos de uno de mis podcasts favoritos “The happiness lab” en los cuales se toca el tema del duelo con comentarios muy valiosos de parte de la autora Julia y de quien dirige el podcast, la Dra Laurie Santos:
- La paradoja del duelo (The paradox of grief)
- Los ocho pilares del duelo (The eight pillars of strenght)
Ese podcast es el mismo al que hice referencia en el artículo sobre “Solo se vive una vez – YOLO“.
Por último, te comparto una lista de spotify con música que les encanta a los viejos, muchos boleros y música romántica de su época
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